Era de noche, todo estaba oscuro, solo la débil luz que transmitía la pequeña antorcha de Juan, iluminaba el frío bosque. Como cada noche, Juan acudió a la cita que tenía con su amada en aquella fuente de piedra que les vio darse su primer beso. Otra vez, Juan volvió a desesperarse al no poder verla, pero Juan no era ciego, no, ella era el espíritu de la que en tiempos fuera la muchacha más agraciada del pequeño pueblo en el que vivía. La familia de Ana poseía una inmensa fortuna, por lo que nadie entendió que ella hubiera elegido la humilde vida de Juan, un pastor que viví